Haciendo un ejercicio, comience a reflexionar qué personas son incomparables. Durante toda la historia han surgido artistas, sabios, héroes, políticos, músicos, científicos u otros individuos que dejaron huella en su paso por el planeta, por un increíble logro en cierta área o por el éxito que alcanzaron mientras estuvieron vivos. Hay puñados de hombres y mujeres que resplandecieron en un mar de humanidad como virtudes brillantes en medio de situaciones ordinarias o turbulentas. Sin embargo, examinando a mayor profundidad, hay muchos más elementos que los unen e igualan a la mayoría (sus acciones y vida imperfecta) que aspectos en los que se diferencian, en los que se perfilan únicos e incomparables. Ellos vivieron en este mundo como los demás seres humanos, triunfaron y fracasaron; amaron y también odiaron sin mérito o grandeza; erraron miles de veces y finalmente murieron. Llevaron una vida común y corriente como todos nosotros, y su gloria es ahora devorada por el polvo, quedando únicamente el recuerdo.
Esto me llevó a concluir una norma general: que por más increíble y sorprendente que pueda ser una persona, luego habrá otra que la iguale, pero ambas serán, a su vez, idénticas en esencia, en pecado, error y muerte. Nadie ha llegado a ese nivel de comparación superlativa, máxima, porque nadie ha sido capaz de sobreponerse, triunfar sobre su propia naturaleza y separarse, de esta manera, del resto; recibiendo el título de “incomparable”. Sin embargo, algo importante debemos destacar: hay uno que constituye la formidable excepción a esta regla. Jesús.
Como humanidad tenemos hambre intensa de algo diferente, algo que llene nuestro ser y conmueva nuestro corazón, despertándolo de su letargo y sueño. Buscamos originalidad, creación y productos innovadores en la industria de la música, la moda, tecnología entre otras, pero consumimos y no nos saciamos; devoramos lo efímero de la vida y no logramos alcanzar la plenitud.
Pero Jesús aparece a escena y rompe con fuerza todos estos parámetros y esquemas. Él es aquel que, compartiendo nuestra naturaleza humana, no cometió pecado (acto realizado por todos nosotros, y que nos lleva a condenación). De esta manera él alcanzó lo que ningún otro pudo: ser justo ante el Todopoderoso Creador. Sumado a eso, consideremos su poder, obediencia, sabiduría, amor, misericordia, autoridad, sacrificio y victoria.
Si alguien merece ser llamado incomparable, aquel es Jesús de Nazaret.
Las tres palabras del coro de esta canción inician la declaración de esta verdad. Desde que nos fue revelada, no paramos de exclamar:
Nadie es como tú,
No hay quien pueda hacer hacer lo que haces Tú,
Nadie como tú Señor, mi Dios
Dios es sin igual. No hay alguno que pueda hacer una réplica de sus obras o mejorar lo que Dios ha hecho con el simple tronar de su voz potente. ¿Quién puede elaborar ejércitos de millares de cuerpos celestes y lanzarlos al firmamento con ciencia profundamente compleja y entendimiento sin dimensión? Sólo Dios.
Sólo Él puede dar vida y quitarla; solo Él puede salvar y amar incondicionalmente, de manera redentora y por generaciones, a un mundo completo, a ti y a mí. Solo Él es capaz de amarnos de forma tan intensa, íntima y sacrificial por medio de Jesús; ningún otro lo hará como Él lo hace en este mismo instante.
Amar de forma íntima.
Esta composición musical no se remite tan solo a lo conversado en los párrafos anteriores, sino que asimismo incluye la reacción de la persona amada por el mismísimo Amor, Dios. Hablamos de nuestra actitud y deseo hacia el Señor.
Las frases que conforman el principio de esta canción constituyen una humilde petición del hijo al Padre; de la amada al Amado. El hablante anhela con fervor y con todo su corazón entrar y vivir en intimidad con Dios, aquel Dios que cautivó su ser entero con la belleza de Su rostro, radiante de amor y santidad.
Cada verso es un ruego sincero y profundo que declara nuestra necesidad y deseo de estar, segundo a segundo, en Su presencia y conocer Su corazón, voluntad y amor.
¿Cuál es nuestro todo y nuestra pasión? Adorarlo en nuestro diario vivir, sumergidos en la presencia del Incomparable, el Santo de Israel.
Nadie como Tú
Llévame a donde Tú estás,
quiero tu hermosura admirar,
conocer tu voluntad,
tu voz escuchar,
que tu presencia envuelva hoy mi ser.
La luz de tus ojos quiero ver,
de la fuente de tu corazón beber,
eres Alto y Sublime
eres Rey de majestad,
eres Todopoderoso como Tú no otro igual
Nadie es como Tú,
no hay quien pueda hacer lo que haces Tú
Nadie como Tú, Señor.
Tu grandeza y poder no tiene comparación
tu belleza y amor es sin igual