Estás muerto, condenado y perdido. Mereces una muerte sin fin, debido a tu propia maldad. Has pecado y convertido en enemigo de Dios. Y ante Él, nunca ganarás. La distancia entre la humanidad y el Creador, es incalculable y alarmante.
¿Cómo vencer tan abismal separación? Pareciera no existir solución para restaurar la ruptura entre la humanidad- caída, corrompida, malvada y marchita- y Dios, completamente santo, perfecto, bueno y justo.
¿Es posible la reconciliación?
La respuesta es sí. Las Escrituras contestan este dilema, el más problemático del hombre. En Cristo Dios reconcilió al mundo consigo mismo, mediante la obra redentora de su Hijo. Tenemos paz para con Dios únicamente por medio de Jesús el Mesías.
En nuestra perdición, Dios nos encontró. En nuestra condenación, Dios nos hizo libres. De la muerte, hemos pasado a vida eterna. Solo en Cristo. Y toda esta obra es consecuencia de la bendita gracia y amor sublimes del Creador.
Ahora, a los redimidos (quienes gozan de la dicha de ser salvos en Jesús mediante la fe), se nos ha encomendado anunciar tan Buena Noticia a las demás personas: que en Cristo pueden tener reconciliación con Dios; nuestra condición de pecado, muerte y condenación (producto de nuestra propia transgresión, maldad y error), es cambiada por la gracia salvadora y la justicia perfecta de Cristo Jesús, si solo confiamos por entero en Él.
Esa es nuestra labor: la preciosa y temible responsabilidad de proclamar las Buenas Nuevas del Evangelio de Cristo.
Lectura: 2 Cor 5:18-21; 2 Cor 6:1-2.