La Biblia nos dice que nadie podrá ver el rostro de Dios y seguir viviendo. Eso fue lo que Dios mismo le dijo a Moisés cuando este le pidió ver su gloria (Ex 33:20).
En versos anteriores vemos como Dios habla cara a cara con Moisés, ¿es esto una contradicción? ¿no es que nadie podía ver su rostro?. La clave de este verso no está en lo que veían los ojos físicos de Moisés, sino en lo que estaba pasando en la relación: «Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero».
Juan en el capítulo 1 de su evangelio nos dice: «A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer». Esta es la belleza del evangelio, el Dios que para muchos está lejano, en Cristo es cercano. Él se nos ha revelado y nos ha llamado para si, no para estar lejos sino para estar cercano, para poner su Espíritu en nosotros y adoptarnos como hijos.
Esa es nuestra oración, y de eso trata este canto, de ver a Dios en lo íntimo, de tener una relación cercana. Así como los que vieron la gloria de Dios cayeron rendidos en adoración, así nosotros caigamos rendidos ante la majestad de Dios. Que nuestra voluntad se doblegue ante la suprema voluntad de Dios, porque se trata de Él y todo es para Él.
Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes. (Ap 22:3-4)
Déjame ver tu rostro
Quiero escuchar tu voz,
cantando tu canción.
Abrázame Señor,
echa fuera el temor.
Quiero ver tu gloria y tu majestad.
Déjame ver tu rostro Dios,
deja escuchar tu corazón.
Que tus palabras hoy enciendan mi interior.
Abrázame muy fuerte y no me sueltes,
háblame al oído de tu amor.
Abrázame muy fuerte y no me sueltes,
con tus manos acaríciame Señor.