Aceptar y recibir

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El año pasado me licencié como educador, y si mal no recuerdo, fue uno de los momentos más gratificantes de mi vida. Ese día asistieron al evento tres estudiantes del preuniversitario que con unos amigos, estábamos levantando y sosteniendo de manera gratuita y como forma de servicio para Dios. Verlos allí ya era una recompensa. Al salir de la defensa del título, un amigo de improviso llegó y me tomó una foto que plasmó el momento, perpetuándolo para la postreridad. La foto grafica todo lo que vivía en mi interior, y lo revive cada vez que la veo.

A qué voy con todo esto. A lo siguiente: existen momentos, instantes, donde nos sabemos únicos, especiales, en donde sentimos que nuestra cabeza está bien puesta, tomamos conciencia de nuestras manos, pies, ideas, sueños, y todo parece más hermoso, nos sentimos completos. Es una sensación que podríamos denominar como amor ¿A la vida? ¿A uno mismo? ¿A los demás?. Es eso inexplicable que le da chispa a lo que estás haciendo.

Una licenciatura es un proceso en donde tomamos conciencia del amor ¿en qué sentido?, en el sentido más sensato, por medio de una retrospección al pasado. Nos damos cuenta que realmente le importas a muchas personas, que quizás pasabas por inadvertidas y desapercibidas, pero que en el momento exacto son capaces de demostrarte que están y estuvieron allí desde hace mucho tiempo, más del que tú crees; reconocimiento especial a mis padres, que en silencio supieron demostrar todo su amor por medio de gestos inconfundibles y pequeños, que al momento de finalizar un proceso tan importante, tomaron un significado profundo y vital, que me llevó a reconsiderar la idea del amor. La cuestión es la siguiente, somos aparentemente dueños de la desición de aceptar y recibir amor, pero ¿cómo podemos explicar ese tipo de amor que permaneció durante tanto tiempo inadvertido?

Quisiera tomar el ejemplo más grande de todos: Jesús. Siendo cristiano desde muy pequeño, me  he encontrado con un montón de preguntas que han sido respondidas sólo en la medida de lo vivido, es decir, de lo experimentado, y una de esas experiencias lleva por nombre Factor Jesús. ¿Aceptamos a Jesús? ¿Recibimos a Jesús? Muchos cristianos, quizás tú y tus amigos también, han crecido pensando en que doblando nuestras rodillas, cerrando los ojos y haciendo una oración, aceptamos a Jesús como nuestro señor y salvador, luego nos paramos, nos sentamos en una banca y esperamos a que el culto termine. Algo sucede en nosotros, nos sentimos felices, porque hicimos algo que el resto también hizo, nos sentimos aceptados. Sin embargo hay una pregunta que me inquieta severamente: ¿Puede Cristo realmente habitar en mí, y cumplir con su obra renovadora y revolucionaria, solamente si yo le doy permiso? Es decir, ¿Cristo puede salvarme, sólo si yo le dejo que ame? ¿Puedo yo tomar la desición de su amor? Si realmente creemos en Él por lo que es Él, deberíamos hacernos éstas preguntas una y otra vez.

¿A dónde me dirijo con esto? A lo siguiente. No quiero condenar la oración de fe, si es que así damos por nombre al acto instantáneo de recibir y aceptar a Cristo, pues yo también la he hecho. Quisiera recalcar la solemnidad y honestidad del acto. Cristo ha transformado mi vida, lo veo día a día en las cosas más pequeñas, tanto como en las cosas enormes que sé, me deparan en el futuro, pues sé y reconozco que me ama, y no sólo eso, ¡Sino que me amó desde mucho antes que yo decidiera amarlo! Así es, y no puedo permanecer indiferente y tranquilo ante ese amor, me desespero, me inquieto, sufro y me muevo, porque no puedo permanecer apático, ante alguien que me amó hace miles de años atrás, dió su vida por mi y que ha permanecido conmigo durante mucho tiempo, desde antes de mi nacimiento, desde antes de que una sola idea de mi persona fuera pensada, Él estaba allí. Aquí es cuando me acuerdo de mis padres, de mi mamá comprando una caja de leche con chocolate casi de madrugada, para que sus hijos se levanten fuertes. De mi padre, en silencio y en su escritorio, estudiando hasta altas horas de la noche, ¿Para qué? Para decirnos cuánto nos ama y de que está dispuesto a dejarlo todo por sacar adelante a una familia. Pienso en ese amor que me sobrecoje, y lo comparo con el amor de Dios. No hay comparación. Es maravilloso y transformador.

De ésta forma llego a la pregunta que expuse hace unos instantes y nace otra cuestión, ¿Realmente acepto y recibo a Cristo en mi vida cuando yo lo quiero? Quisiera pensar lo contrario, quisiera creer que alguien me ama de una forma sobrenatural y de que yo, terco y errado, tomo conciencia de magnífico amor. Me doy cuenta de que un amor sobrenatural me invade…tomo conciencia de que he sido aceptado, que me han recibido, y de que eso me hace completo. No necesito nada más. Comprendo que mientras vivía mi camino, alguien se topa conmigo al final de la recta y me comenta que estuvo pendiente de mí desde antes del principio, así como mis alumnos del preuniversitario, o como mis padres, a lo largo de éstos largos años.

Me encuentro pleno, pero no olvidemos que somos humanos. Soy más humano que muchos otros, pierdo el camino y a veces olvido cuán abundante es su amor, sin embargo, y a modo de confidencia, te comento que Él encuentra alguna inesperada forma para recordártelo todo.

Nosotros le amamos a él, porque Él nos amó primero. Si alguno dice: «Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” – 1ra de Juan 4:19-20

 

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